Corazones en juego

La vida de Paola había estado marcada por momentos que la transformaron de formas que nunca imaginó. Su infancia estuvo llena de risas junto a su hermana, de conversaciones con su padre que siempre encontraba la manera de hacerle sentir segura, y de la presencia amorosa de su madre, quien le enseñó a ver el mundo con sensibilidad y fuerza.

Pero el cáncer llegó sin pedir permiso, llevándose consigo a la mujer que había sido su pilar. La ausencia de su madre dejó heridas que no sanaban fácilmente, un vacío que se convirtió en un punto de inflexión en su vida. No fue solo la pérdida, sino la forma en que cambió su manera de mirar el mundo, de comprender el dolor ajeno y de querer ayudar a quienes, como ella, cargaban con pesares invisibles.

Fue esa necesidad de entender lo que la llevó a elegir la psicología como su carrera. No solo quería aprender sobre la mente humana, sino sobre la resiliencia, sobre cómo las personas enfrentan lo inesperado y encuentran la fuerza para seguir adelante.

A lo largo de los años, su mejor amiga, Camila , había sido su refugio en los días difíciles y su cómplice en cada aventura. Juntas habían atravesado los altibajos de la adolescencia, compartiendo secretos, sueños y un sinfín de momentos que forjaron una amistad inquebrantable. Luego estaba Archie, que llegó inesperadamente, pero encajó como si siempre hubiera sido parte de sus vidas.

Ahora, en el último año de secundaria, los desafíos seguían apareciendo. El baile de graduación, las relaciones, las decisiones que marcarían el futuro... Todo parecía moverse demasiado rápido, pero Paola había aprendido que la vida no espera a que estés listo.

Y quizá, después de tanto tiempo de observar y analizar emociones ajenas, era momento de entender mejor las suyas.

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