Hay amores que nacen de un golpe, de una mirada fugaz, de una palabra cargada de fuego.
Y hay otros que crecen en silencio, sin anunciarse, en la calma de una tarde compartida, entre risas suaves y libros abiertos.
Sebastián y Eline crecieron juntos, antes de saber siquiera lo que significaba la palabra "amor".
Sus madres los sentaban uno al lado del otro mientras charlaban en la cocina, como si supieran que entre ellos algo más grande estaba destinado a florecer.
Y mientras el mundo les enseñaba a correr, ellos aprendieron a esperarse.
Él era luz y ruido, pasos rápidos y palabras afiladas.
Ella era sombra amable, susurros entre páginas, una pausa necesaria en medio del caos.
Nadie entendía cómo podían ser tan diferentes... pero ninguno de los dos supo nunca cómo ser sin el otro.
A lo largo de los años, Sebastián lo tuvo todo al alcance: admiración, sonrisas fáciles, atenciones vacías. Pero con Eline, aprendió que hay personas que no se apresan, que no se fuerzan, que no se empujan.
Ella era una puerta que solo se abría con cuidado, con ternura, con tiempo. Y él -aunque nunca había esperado nada por demasiado tiempo- decidió quedarse.
Porque Eline era su refugio.
Y él, sin saberlo aún, estaba dispuesto a convertirse en el suyo.
Esta no es una historia de promesas hechas al viento, ni de gestos grandiosos.
Es una historia de miradas que se entienden, de silencios compartidos, de límites respetados y corazones que laten con suavidad.
Una historia donde el amor no grita... pero tampoco duda.
Una historia de amor que creció como crecen las cosas que valen la pena: despacio.
Hay momentos en la vida que no se sienten como casualidad.
Instantes tan precisos, tan improbables, que desafían toda lógica.
Como si alguien -o algo- los hubiera escrito mucho antes de que ocurrieran.
A veces, basta una chispa.
Un cruce de miradas.
Una luz en el cielo que no debería estar allí.
Sofía nunca creyó en el destino.
Mateo nunca confió en los recuerdos.
Pero aquella noche, cuando el cielo se quebró y una línea de fuego atravesó las nubes, algo dentro de ellos cambió.
Como si una puerta se hubiera abierto en algún rincón del universo... o de su memoria.
No fue amor a primera vista.
Fue algo más extraño. Más antiguo.
Como si sus almas se hubieran reconocido en silencio, incluso antes de que sus voces se cruzaran.
Y desde entonces, nada volvió a ser normal.
Porque no todos los encuentros son nuevos.
Algunos son solo reencuentros...
de vidas que no recordamos,
de promesas que aún nos siguen,
de verdades que siempre han estado allí,
esperando a ser recordadas.
Y la luz...
la luz nunca miente.