Los mortales. Tan curiosos en su brevedad. Viven sus vidas como una cuenta regresiva, una vela encendida que saben que se extinguirá. Y, sin embargo, en lugar de abrazar la facilidad, la rendición silenciosa al olvido que la muerte les ofrece, se aferran. Lucha. Tejen hilos invisibles de actos y palabras para que su recuerdo no se disipe con el último aliento. Quieren perdurar.
Es algo que nunca hemos comprendido realmente, nosotros, los inmortales. ¿Por qué la urgencia de prevalecer si tu tiempo, el que realmente tienes, es tan insignificante? ¿Por qué renunciar a una vida de simple existencia, de placeres banales, solo para que una sombra de tu nombre resuene en las mentes de otros que también morirán? Es una carrera contra el vacío, un desafío patético al ineludible final. Absurdo.
Y, sin embargo, a veces, un mortal entre la vasta multitud de sombras efímeras... uno se alza. No por poder, no por hazañas que los dioses registramos, sino por la pura, irrazonable obstinación de su existencia. No te entiendo, humano. Tu afán por la memoria, tu negativa a desvanecerte, es una intriga que mi lógica divina no puede descifrar.
Eres... intrigante.
El silencio fue lo primero que noté al despertar.
Nada de pájaros. Nada de pasos. Nada de autos. Solo calles vacías y ese aire espeso que hacía arder la garganta.
Salí a buscar algo que rompiera la rutina.
Terminé encontrando sangre oscura pegada al pavimento, el olor de la carne podrida llenando cada calle.
La fuente de aquello prefería nunca haberla visto.
Corrí. Golpeé puertas. Nadie contestó.
Todo permanecía quieto; el tiempo, la vida, se habían detenido.
Volví a casa, intentando creer que ahí dentro nada había cambiado. Pero cada puerta abierta mostraba lo mismo: gente que ya no estaba.
Solo una seguía cerrada, como una pequeña luz de esperanza en la oscuridad.
Toqué. Esperé.
Cuando se abrió, lo vi de nuevo.
Izán.
De todos, tenía que ser él.
-Vaya -dijo-. No pensé que volverías a aparecer así.
Lo odié por sonreír. Pero en ese momento, no supe si odiarlo era mejor que quedarme solo.
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La imagen de portada no es de mi autoría.