La lluvia golpeaba con fuerza la ventana del pequeño apartamento en un barrio bullicioso de Santo Domingo. Dentro, Danna se sentó en el borde de la cama, abrazando sus rodillas. Su mirada estaba perdida, como si buscara una salida en la penumbra que la rodeaba. Cada día era una batalla contra el ruido de las voces hirientes, las puertas que se cerraban con violencia y los silencios incómodos que llenaban el aire.
Luisa, su madre, una mujer rígida y de mirada dura, había levantado la voz una vez más. "¡Eres una inútil, Danna! ¿Para qué sirves si solo das problemas?", le había gritado aquella tarde. Las palabras dolían más que cualquier golpe, porque venían de quien debería protegerla.......