Camila Cooper estaba obsesionada con Will Graham.
Sabía cuántos perros tenía, a qué hora salía y volvía del trabajo, cuántas veces se le había roto el auto y en qué taller lo arreglaba. Pero había un detalle que capturó por completo su atención: Will Graham tenía como terapeuta al doctor Hannibal Lecter.
A Hannibal lo conocía. Habían trabajado juntos hacía años, durante el caso de la muerte de Dalia Rufino, una joven dulce, aunque insolente, y casualmente -o no- exnovia de Josh, un viejo objeto de obsesión de Camila. Desde aquel caso, no se habían vuelto a ver.
Pero al enterarse de que Hannibal era el terapeuta de Will, no dudó en pedirle un favor:
que la recomendara como agente especial del FBI, para así poder trabajar a su lado.
Claro que no lo hacía por vocación, ni por amabilidad. Lo hacía por necesidad. Necesitaba estar cerca de Will Graham.
Desde el día en que lo vio rescatar a un cachorro en plena calle, no pudo apartar la mirada. A partir de entonces, se convirtió en rutina: estudiarlo, memorizar sus horarios, seguirlo en silencio. Y aunque no tenía el rango de agente especial, estaba dispuesta a fingir que sí. Total, había estudiado criminología. ¿Qué tanto más se necesitaba?
Will Graham no era solo una obsesión. Era algo más profundo, más visceral. Camila no sabía cómo nombrarlo, así que lo llamó "amor obsesivo". Lo amaba, sí, pero a su manera. Necesitaba adorarlo, poseerlo, protegerlo. Y haría lo que fuera necesario para conseguirlo.
No le importaba a quién tuviera que eliminar.
Lo que no esperaba...
Era que, tal vez, ese amor obsesivo también viniera de vuelta.