Todo empezó con un golpe, literal.
Dicen que uno recuerda para siempre el momento en que conoce al amor de su vida.
Yo también lo recuerdo.
El sonido del impacto.
El vidrio estrellado.
La humillación.
Y el dolor... en la pierna, en el ego, en la dignidad que me quedó colgando como mis audífonos cuando salí volando.
Nunca imaginé que el primer "encuentro" con Marcos Villalobos -cantante emergente, famoso en redes, sonrisa de infarto y aura de "no debería gustarme, pero ya me gustó"- sería tan...
brutal.
Ni romántico.
Porque sí, así como lo oyes:
me atropelló.
Y después me hizo sentir cosas.
Después del golpe vino el hospital.
Después del hospital, el follow.
Y después del follow, un desfile de momentos incómodos, chismes escolares, regaños parentales, y mensajes que a veces llegaban... y otras veces no.
Sobre todo cuando más los esperaba.
Yo era Dafne:
una chica normal, con rodilla lastimada, padres nivel telenovela y un sentido del humor lo suficientemente negro como para hacer TikToks de mi accidente.
Y él era Marcos:
el chico que apareció en mi vida como una maldita metáfora con licencia de conducir.
No sé si esto sea una historia de amor.
Tal vez es una historia de idiotas.
De impulsos.
De mensajes vistos.
De llamadas a escondidas.
De "no me dejan salir, pero me escapo con un pretexto".
De papás celosos, amigas chismosas y sentimientos que no se pueden frenar, aunque vayas a cien por hora.
Lo que sí sé es que si alguna vez me preguntan cómo empezó todo...
Voy a responder con la verdad.
Me atropellaron.
Y lo peor no fue el golpe.
Fue enamorarme después.