Una era antigua, olvidada por los dioses. Aún no se alzaban las cruces en los templos del sur, y los cristianos no sabían de los paganos del norte, ni de la tierra maldita por los inviernos eternos: Sursnøland, donde el hielo no se derrite y los hombres envejecen con la mirada clavada en el cielo, esperando señales de los dioses ausentes.
Bjørn, huérfano desde el nacimiento, fue hallado una noche de ventisca junto a una piedra ceremonial, envuelto en pieles extrañas y cubierto de símbolos que ningún sabio pudo descifrar. Lo adoptaron los Ravnson, una familia pelirroja y devota al dios Balder, guardiana de una pequeña aldea entre los acantilados del este.
Creció sin saber de su origen, pero entre susurros de los ancianos se hablaba de una sangre antigua que ardía en sus venas. Una profecía, decían, conectaba a su estirpe con las tierras del oeste, más allá del mar, donde los hombres no adoran a Odín ni a Thor, sino a un Dios único, clavado en un madero.
Los Ravnson lo protegieron, pero jamás pudieron evitar que la verdad lo alcanzara.
Una noche, su madre adoptiva le reveló la leyenda:
"Tu sangre no es de este hielo, Bjørn.
Tus verdaderos padres venían del mar,
y se decía que cuando el dios de la luz muera por segunda vez,
un hijo del fuego cruzará las aguas para reclamar su nombre."
Ahora, el sol no ha salido en trece días.
Los lobos aúllan hacia el oeste.
Y Bjørn, armado con una espada de bronce negro y su fe inquebrantable en Balder, se pregunta si es hora de dejar Aldriland.
¿Será capaz de navegar hasta las tierras británicas, cruzar las costas enemigas y enfrentar lo que yace más allá?
¿Es la sangre de reyes o de condenados la que late bajo su piel?