Los dioses, seres perfectos y venerados por los mortales, son la máxima representación de la perfección... o bueno, eso debería ser. Pero la realidad es muy diferente. Estos seres, llamados dioses, son incluso peores que los humanos, a quienes consideran simples imitaciones de ellos. A los dioses no les importa nada; pueden estar con cualquier mujer, incluso si es pariente suya. Al final de cuentas, ¿Quién los va a castigar si se creen superiores?
Esta regla se aplica a todos los dioses... excepto a uno: Hades, el emperador del inframundo. Un dios que los humanos representan como el mal absoluto, un monstruo sin corazón que castiga a cada mortal, deseando solo poder. Pero, irónicamente, esto es todo lo contrario.
Y podrías pensar que él capturó a su sobrina Perséfone para tenerla a su lado... pero, ¿Quién no lo haría? Hades, ya desesperado en el infierno, sin compañía, sin poder conversar con sus hermanos, siendo despreciado por ellos (excepto por Hestia, la hermana mayor... o eso diría, si realmente tuviera liderazgo). La diosa Hestia parecía más la hermana menor que la mayor, gracias a su actitud infantil. Aunque podía, nunca contradecía a Zeus, a pesar de ser más poderosa que él.
Hestia visitaba a Hades en algunas ocasiones, pero esas visitas fueron desapareciendo cuando se hizo amiga de Atenea y Artemisa. Ya casi nunca iba a ver al emperador del inframundo. Hades, al borde de la locura, buscó a alguien que pudiera tener a su lado, eligiendo por desesperación a Perséfone... lo cual sería el peor error de su vida.
Parecía maldito a tener un destino peor que la muerte: una esposa que lo engañaba constantemente, una hermana que lo odiaba, y el resto de los dioses que ignoraban su existencia. Pero Hades, en vez de rendirse y aceptar su final, tomó una decisión que cambiaría su destino para siempre. Una decisión de la que nadie se enteraría... ni siquiera su esposa.