Cuatro ladrones, un destino.
Sábado por la mañana, un hombre desayunando en su cocina cereal, solo dentro de su casa con tamaño envidiable; a la nariz de este le llegaba el olor a humedad colado por el mosquitero distanciado de la mesa en la que estaba sentado. Cuanta paz y cuanta tranquilidad.
¡De repente! Cuatro hombres de alta estatura entraron rompiendo el mosquitero con violencia, los tres traían pasamontañas y unas muy grandes pistolas (demasiado grandes). Los cuatro criminales (si no lo dedujeron, sí, son criminales) se le acercaron con paso amenazador dejándolo paralizado. Cuando los vándalos llegaron al hombre le tiraron su desayuno al piso rompiéndose el plato en donde este se encontraba ase un momento:
-¡Mi cereal!- grita con un hilarante tono agudo él desayunador.
Dos de los criminales lo levantaron de su silla y lo arrastraron hacia la sala conducidos por los otros dos enmascarados. Al llegar a la sala, empujaron al dueño de esta contra uno de los sillones que estaban ahí, para seguido uno de los criminales le apuntara con una de sus grandes pistolas justo en medio de la nariz y le dijera:
-Muy bien, conoces las reglas del juego: no te muevas de donde estas justo en este momento al menos que te lo digamos, no comentes o digas nada hasta que te lo permitamos, no intentes huir, llamar a la policía, gritar, cagar, parpadear o respirar- es broma las últimas dos –susurro el criminal velozmente –Ahora, si no cumples cualquiera de estas normas, a excepción de las últimas dos como acabo de decir, uno de mis tres amigos de aquí te meterá una bala por donde Dios lo quiera, o si quieres el paquete completo los tres te dispararan, ¡Yo ya no se!, solo quiero evitar salir de esta casa con algún cadáver dentro o a corta distancia fuera de ella y tú quieres evitar que eso pase pues del único que podría ser ese cadáver eres tú, ¿ok?- el dueño de la casa subió y bajo la cabeza asintiendo a lo que se le acabo de decir.