Ona creía tenerlo todo bajo control: sus rutinas, su relación, su manera particular de implicarse demasiado. Pero la vida, a veces, no avisa antes de torcerse. O de ponerte delante a personas que lo cambiarán todo.
Dani, con su forma inesperada de estar presente, y Elena, con esa intensidad que desarma sin pedir permiso, se convierten en el inicio de algo que Ona no sabe cómo nombrar. Lo que parecía un roce casual, una amistad nueva o una historia más, pronto se transforma en un terremoto emocional que la obliga a enfrentarse a todo aquello que creía seguro.
Entre dudas, deseos y momentos compartidos inolvidables, Ona tendrá que decidir si es más fuerte el miedo a sentir o, precisamente, las ganas de hacerlo.
Wendy lucha para salir de una relación tóxica con ayuda de sus seres queridos y de un chico muy borde que se encuentra cada día en el ascensor.
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Wendy Martínez está atada a una relación que no tiene rumbo, que no llegará a ningún puerto y que está sentenciada a morir en el mar. El barco se hunde por momentos y ella duda entre si saltar o quedarse donde está. El miedo la paraliza, por lo que el agua puede acabar ahogándola.
Algo está claro. Wendy debe saltar de esa relación tóxica. Para ello contará con la ayuda de sus conocidos, amigos y de un chico con el que se topa todos los días en el ascensor. Un borde maleducado, según ella.
Las lunas de miel pueden llegar a ser muy dulces. Wendy ya ha vivido varias, pero de las más amargas y dolorosas que pueden llegar a haber.