Una dama paseando flamante, en medio de una playa llena de flores coloridas las cuales cubren su cielo ocaso en medio amanecer.
Su corazón entre ambas manos, se vuelve un palpitar de expectantes emociones que fluyen como cada ola subiendo y bajando hasta completar su finito recorrido vicioso en un círculo que amplifica por diez estrellas más, el maravilloso y pintoresco mundo que le acompaña en tan desolado recorrido consigo misma.
Suspira para sus adentros una bocanada de deseos dolorosos y exhala esperanzas como sueños a través de sus ojos color transparente.
Vestida bajo un mantel de ilusiones, decide sentarse en aquella constelación de pasos como huellas dirigidas a si misma, borradas con el transcurso de lustros que convertidos en siglos se vuelven siniestros invasores de sus sueños.
Toma un puñado de recuerdos dejándolos caer al son de las viles palabras marchitas al viento, para intentar ser la mas pura verdad de corazones plagados de temor, olvidándose lo temerarios que se deben ante la vida.
Mira hacia lo que solía ser un todo. Contempla lo cerca que aquel ente se encuentra de ella; es capaz incluso de percibir ese aroma a memorias incrustándose en sus profundos pesares, y sin más decide posar sus pies fríos, pequeños e inocentes en la maravilla raída que en aquel instante se encontraba.
Tocan aquellas manos que se soñaban en días. En esos instantes que nos dejan escapar un suspiro que llama. Y ahí estaban. El destino y la casualidad entrelazándose una vez más, enamorándose de lo que fue como lo que será.
Inherentes como ellos mismos, jamás se olvidan, siempre se encuentran, como aquella ola que rompe en el vicioso círculo de la belleza destructiva cuando choca.