No era amor lo que ocultaban entre sábanas revueltas y habitaciones sin nombre. No podía serlo. No cuando se buscaban a escondidas, cuando se arañaban el alma y la piel con desesperación. No era amor, aunque a veces se miraran como si lo fuera. Aunque Sasuke se dejara tomar con la misma entrega con la que uno se lanza al abismo sabiendo que no hay red abajo. No era deseo, aunque ardía cada vez que Naruto lo empujaba contra el colchón, cada vez que lo poseía con rabia contenida. No era culpa, aunque dolía como si lo fuera. Dolía después, en el silencio, cuando las caricias se volvían nada y el aire pesaba como una mentira.
Era otra cosa. Más íntima. Más oscura. Algo que no cabía en las calles limpias de Konoha ni en los ojos dulces de la heredera que lo esperaba. Porque mientras todos lo miraban como un héroe, él regresaba siempre a las manos equivocadas. A los ojos que lo conocían demasiado bien. A la piel marcada que ya no le exigía nada, solo lo dejaba hacer.
Y Sasuke se abría para él sin palabras, sin quejarse. Se dejaba romper, desgarrar, llenar de algo que no lo curaba, pero al menos lo hacía sentir vivo unos minutos. Porque al final, Naruto siempre se iba. Siempre. Se ponía la ropa, evitaba su mirada y cruzaba la puerta sin un adiós. Y Sasuke se quedaba ahí, desnudo en más de un sentido, fingiendo que no dolía tanto como la primera vez.
Hasta que rompía el silencio con la única pregunta que jamás tenía respuesta:
"¿Hinata lo sabe?"
Y Naruto, como siempre, no decía nada.
Porque no era amor. No era deseo. No era culpa. Era una herida compartida. Y ambos sabían que algún día... iba a pudrirse del todo.
Después de 5 años de matrimonio Naruto ha descubierto algo que jamas hubiera querido saber de su esposo, pero era obvio, ¿no?, paso tanto tiempo sin atender a su esposo y a su hijo de 4 años; todo por el trabajo.