Para los que llevan cicatrices invisibles,
para los que lloran en silencio,
y para aquellos que encuentran belleza
en el dolor que otros temen mirar.
Ella creía que lo peor ya había pasado.
Pero el silencio también puede doler.
Y sanar no siempre es sinónimo de paz.
Cuando llega a una nueva casa, con una habitación propia y una familia que parece de otro mundo, piensa que tal vez, por fin, podrá respirar.
Pero no todo el mundo está dispuesto a abrirle la puerta.
Mucho menos él.
Oren es distante, cortante, imposible de leer. Habla lo justo, mira demasiado. Y aunque se esfuerza en mantener la distancia, hay algo en ella que lo desconcierta.
Y algo en él que amenaza con romper todo lo que ella ha construido para no sentir.
No se buscan.
No se entienden.
Y sin embargo, poco a poco, cada palabra no dicha, cada roce accidental, cada mirada que dura más de lo permitido, los arrastra hacia un lugar del que ninguno sabe volver.
Porque hay heridas que no se ven.
Porque hay pasados que no se pueden enterrar.
Y porque a veces, amar es lo más peligroso de todo.