El sonido de las campanas de aquella iglesia resuena por todo el lugar. Las llamas incrementando su flama a cada suspiro dado, mientras Oh Sion pide clemencia para su alma condenada.
Las plegarias ya no valían su redención. El fiel dévoto de Dios ha perdido la devoción de su fe vacía y ha roto la promesa de proclamar la palabra del Señor, hundiéndose en la perversión y encadenado al pecado.
-¿No es ésto lo que tanto anhelabas, Sion? ¿No era ésto lo que tanto querías? -Habló, dejando un silencio tras haberlo hecho. Entonces, prosiguió-. Siempre te escuché, siempre entendí tus deseos y decidí ayudarte. Yo, al contrario de Dios, siempre estuve junto a ti.
Y él llora, culposo de sus propios deseos aunque sepa que ha perdido no sólo su voluntad sino, también sus palpitaciones.
El profeta ha dejado de temerle al fuego, implorando a quien nadie reza.
-Mírame, Sion. El fruto de lo que es prohibido para ti y lo que es la salvación para mí nacerá y vivirá por nosotros. Él es el futuro: una marca para un antes y un después. Si Dios es tan poderoso que venga y salve a los suyos, que de redención a su alma mientras lo nuestro lo destruye. -El ángel tomó el rostro del predicador con sus manos, mirándole directamente a los ojos con su pintura especial-. Te lo dije antes, padre: él caerá ante nuestros pies.
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