La ciudad está en ruinas. Todo aquí es destrucción. Pero no solo en esta ciudad, hemos pasado ya por otras tantas que he perdido la cuenta. Los humanos, desesperados, han intentado matarme, pero sus armas son inútiles.
El aire está cargado del polvo que se ha creado por el derrumbamiento de decenas de edificios. Si no fuera por los escombros, seguramente vería miles de cadáveres en vez de solo unos centenares. Todavía quedan en pie rascacielos y viviendas. Los pocos militares supervivientes huyen despavoridos, Aún hay gente que ha sobrevivido, pero está inmovilizada a causa de la destrucción que he provocado.
Nunca pensé que pudiera llegar hasta este extremo, pero aquí estoy yo, la actual generación del Diablo, en una encarnizada lucha contra Dios donde a ambos nos dan igual los inocentes. Antes de que todo esto acabe, tanto si gana él como si gano yo, me gustaría contar cómo empezó todo y cómo acabé decidiendo matar a Dios.
Lo primero y ante todo debéis saber que, aunque sea el Diablo, lo único terrorífico que tengo es cómo se han quedado mis ojos. Ahora tengo 18 años. Tengo el pelo castaño, lo solía llevar despeinado y que llegase lo justo de longitud para cubrirme el cuello. Nunca me he preocupado por mi aspecto físico. Mido 1,76 y siempre me había gustado el deporte y leer.
Atenea Guzmán de la Torre: Una mujer perfecta no solo físicamente, con tan solo 25 años de edad es una empresaria multimillonaria exitosa, también es una de las mejores comandantes que la FEMF ha tenido.
Christopher Morgan Harts: Un hijo de puta (cómo todo Morgan), es un coronel con una belleza y una fortuna inigualable, pero no solo eso sí no también es un padre soltero de un bebé de tan solo 2 años.