Prólogo
Dicen que algunas puertas nunca deberían abrirse, pero yo ya había cruzado el umbral hacía semanas. Todo comenzó con una mirada, tan precisa como un conjuro, en el andén de un metro. Sus ojos no eran comunes. No por su color, ni su forma, sino por la manera en que parecían desnudar lo que nunca dije. Lo que ni yo me permitía sentir despierta.
A veces, una simple casualidad enciende pasiones, quema almas y derrite hasta el metal más duro. La próxima vez que te topes con alguien que te quema en una mirada, podría ser tu próxima aventura.
Desde entonces, algo dentro de mí despertó. No era amor. Era hambre. Deseo puro, espeso, antiguo. Como si algo más grande que yo misma hubiera decidido habitarme.
No recuerdo cómo llegué ahí. Solo que la niebla olía a jazmín, y que la habitación no tenía esquinas. Él estaba allí, como si hubiera estado esperándome antes de que yo supiera su nombre. Había una promesa en sus gestos, un pacto silencioso en el aire.
No había relojes. No había reglas.
Solo su voz grave diciéndome que podía irme cuando quisiera... pero que, si me quedaba, no volvería a ser la misma.