Dicen que en el mundo existen distintos tipos de almas.
Las luminosas, que brillan incluso en la más profunda oscuridad.
Las oscuras, que cargan cicatrices invisibles y miradas que no se confiesan.
Las viejas, llenas de recuerdos que no les pertenecen.
Las jóvenes, que todavía tropiezan con su propio destino.
Y las rotas...
De ellas no se habla.
Porque las almas rotas no deberían existir.
Porque las almas rotas... no tienen a nadie esperándolas.
O al menos, eso decían los sabios.
Anthony J. Crowley aprendió por las malas que las cicatrices emocionales no siempre se ven, pero se sienten... y duelen. Que el amor puede ser una jaula, y que a veces, los recuerdos son más pesados que el presente.
Aziraphale Fell siempre creyó en los libros, en las historias, en las almas gemelas... hasta que la realidad universitaria le mostró que los finales felices no siempre son fáciles de alcanzar.
Pero cuando el caos, las diferencias y el pasado los obligan a cruzar caminos, descubren que tal vez, incluso los corazones rotos encuentran refugio bajo las estrellas. Que las almas rotas no son el final... sino el principio.
Y que, a veces, el mayor acto de amor es simplemente... quedarse.
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