Snape recibe instrucciones de asistir a una reunión urgente con miembros de la Orden en Londres. Pero debido a los encantamientos de protección que rodean el castillo, no puede aparecerse directamente. La única opción es usar la red Flu desde una de las chimeneas internas... y, para su desgracia, debe hacerlo acompañado por Harry Potter.
-¿Por qué tengo que ir con usted? -pregunta Harry, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.
-Porque, Potter -responde Snape sin mirarlo-, al parecer su presencia es requerida. No me pregunte por qué. Yo tampoco lo entiendo.
-¿Y no podía ir usted primero y ya?
-¿Y dejarlo solo con acceso a una red mágica internacional? Prefiero enfrentarme a un basilisco desarmado.
Llegan a una sala pequeña, con una chimenea de piedra y un tarro de polvos Flu sobre la repisa. Snape se sacude la túnica con fastidio y toma un puñado de polvo verde.
-Quédese quieto. No hable. No respire cerca de mí.
Harry levanta las manos, sarcástico.
-Tranquilo, no planeo seguirlo a donde sea que vaya.
Snape entra en la chimenea, erguido como una sombra.
-Ministerio de Magia, Londres -dice con voz firme.
Pero justo cuando las llamas verdes lo envuelven, Harry tropieza con una loseta suelta del suelo y choca levemente contra él, saliendo de la chimenea que los llevaría a su destino.
Alarmado, el jóven de ojos Esmeralda se gira para ver con horror como su profesor se tambalea.
-¡Perdón, profesor! -exclama con él con horror. Sabiendo muy bien que cuando tuviera a Snape de frente, sería un cadáver andante.
Snape, desequilibrado, termina pronunciando mal la última palabra.
-Minist... "Colómbre..."
Y desaparece, dándole una última mirada asesina al pobre Gryffindor frente a él.
Cuando vuelve a abrir los ojos, Snape no se encuentra en el Ministerio. Está en el suelo pegajoso de un bar muggle, cubierto de hollín, rodeado de luces de neón, música estridente y el aroma embriagador de ron y perfume. En el cora