El Gran Comedor contuvo el aliento. No era el bullicio habitual de los recién llegados, ni la expectación por el Sombrero Seleccionador. Era la entrada de Jane Akimiru. Su cabello blanco, casi etéreo, se deslizaba como un velo mudo. La piel de porcelana y los ojos bicolores, uno azul como el invierno, el otro verde como un bosque antiguo, eran un enigma en sí mismos. Una figura demasiado curvilínea para sus trece años, que atrajo miradas con una intensidad casi dolorosa, desde el gélido interés de Draco Malfoy hasta la curiosidad inusual de los gemelos Fred y George Weasley, cuyas sonrisas habituales se congelaron por un instante.
Su linaje, inmaculado, hablaba por ella: la sangre más pura, un eco de siglos de magia sin mácula. Hija de un Slytherin y una Gryffindor, Jane anhelaba el verde y plata, pero el Sombrero Seleccionador se aferró a su cabeza, en un Hatstall que hizo que el tiempo se detuviera. ¿Qué secreto ocultaba su esencia para que la magia misma dudara? El silencio expectante era el preludio de un destino incierto, un enigma que acababa de entrar por las puertas de Hogwarts.