Esta historia no gira en torno a grandes guerras ni decisiones que cambian el rumbo del mundo. No es la historia principal, no es la línea central que todos siguen con emoción y suspenso. Es una side-story, sí... pero no por eso menos importante. Es ese rincón olvidado donde los personajes respiran lejos del caos, donde lo que sucede entre miradas y silencios tiene tanto peso como una batalla épica. Aquí, entre lo cotidiano y lo emocionalmente profundo, encontramos a Spencer Lawrence y Diego Olivo, dos almas que se entrelazan sin necesidad de ruido.
Spencer, con su corazón sensible y su carácter a veces impulsivo, carga con una historia de heridas mal cerradas. No siempre sabe cómo expresar lo que siente, y muchas veces ni siquiera sabe cómo identificarlo. Se encierra en sí mismo, se pierde en su mundo de pensamientos, temores y memorias que aún lo persiguen. Pero Diego... Diego tiene una forma distinta de existir. Él no empuja, no exige. Solo se queda ahí, en silencio, con una calma que irrita a veces, pero que también sostiene. Diego observa, comprende, y aunque a veces no entienda por completo el dolor de Spencer, se esfuerza por estar presente. Por ser ese apoyo invisible que no pide protagonismo, pero que se convierte en el centro silencioso de todo.
La historia se desarrolla en los huecos del tiempo, en los momentos que no se cuentan cuando la narrativa principal avanza. En madrugadas donde el insomnio los obliga a hablar, en abrazos inesperados cuando uno de los dos ya no puede más, en discusiones por tonterías que terminan revelando verdades más profundas de lo que esperaban. En cafés fríos olvidados sobre la mesa mientras el reloj avanza, y en canciones que suenan de fondo mientras uno de ellos se queda dormido en el hombro del otro.
No es una historia perfecta. Hay silencios hay errores. Hay veces en que Spencer se aleja sin explicar por qué, Diego debe decidir si vale la pena seguir esperando. Hay momentos en los que Diego se rompe