Rei se quedó inmóvil por un momento, sorprendido. Eli tenía la piel pálida y una melena rubia, larga y sedosa, que le caía hasta la cintura. Lucía un vestido holgado y largo que ocultaba su figura deliberadamente, como si buscara pasar desapercibida. Sus ojos azules, serenos y profundos, apenas se apartaban del libro mientras se mordisqueaba los labios.
Fue entonces cuando Rei notó un detalle que captó su atención de otra manera: distraídamente, Eli tenía un pie descalzo. Una de sus francesitas yacía a un lado, dejando al descubierto un pie de piel suave y pálida, con las uñas pintadas de un rojo intenso y cuidadas con esmero. A pesar de su intento por pasar desapercibida, aquel pequeño detalle delataba un toque de coquetería que contrastaba con su apariencia reservada. La curva del empeine y el leve arco se marcaban con naturalidad, dándole un aire sensual y, al mismo tiempo, frágil. Aquella imagen, sencilla y sin artificios, le resultó inesperadamente sexy: un pie que parecía susurrar secretos, con los gráciles movimientos de sus dedos, rebelde y delicado a la vez.
El sonido lejano de risas y pasos resonaba por el pasillo, pero en ese momento, para Rei, solo existían Eli y su pie descalzo, que parecía contar una historia propia.
Alicia Castillo nunca pensó que acabaría en un campo de fútbol. Obligada a inscribirse en el equipo universitario para ganar créditos, se dará cuenta de que no es lo suyo, hasta que choca con Ego una de las estrellas del equipo masculino.
Deberá pedirle ayuda aunque vaya en contra de sus deseos.
Lo que comienza con una colaboración forzada se acabará convirtiendo en algo mucho más complicado, acabando envueltos en un misterio que no se resolvió.