"Jeongin nunca supo qué significaba "hogar". Iba de ciudad en ciudad con su madre, sin amigos, sin raíces, sin fotografías en las paredes. Cuando ella murió, lo único que le quedó fue una caja de recuerdos que no entendía... y una carta con el nombre de un hombre que podría ser su padre.
Años después, Jeongin vive una vida silenciosa y repetitiva en Seúl. No tiene a nadie. Hasta que una llamada lo obliga a moverse: ese hombre -el supuesto padre- está enfermo, y alguien tiene que ir a cuidarlo.
En su viaje al pueblo costero donde ese hombre vive, Jeongin conoce a Changbin, un joven que trabaja en el pequeño hospital local y que vive el efecto contrario: toda su vida ha estado allí, rodeado de familia, con sueños que nunca se ha atrevido a seguir.
Jeongin es como el plancton: flota, no pertenece a ningún sitio, no deja huella. Changbin es el mar en calma que lo observa. Pero cuando ambos se cruzan, quizás aprendan que nadie flota para siempre."
Dieciocho años después de haber sido expulsada por amar a quien no debía, Isabela regresa a la hacienda que alguna vez llamó hogar.
No busca venganza... sino respuestas, y tal vez una nueva oportunidad de empezar.
Allí la espera Graciela, la esposa de su hermanastro: una mujer marcada por el miedo, la pérdida y los silencios que Vicente dejó atrás.
Pero entre miradas contenidas, sonrisas robadas y heridas que el tiempo no logró borrar, Isabela se descubre dispuesta a ofrecerle a Graciela algo que ella ya no cree merecer: amor, ternura... y una felicidad que parece imposible.
Porque a veces, el destino te obliga a volver al lugar donde más dolió... solo para mostrarte que también puede ser donde finalmente aprendas a amar.