Todo empezó en el primer día del último año escolar en la secundaria Los Álamos. Vanessa, como siempre, caminaba con paso tranquilo, intentando pasar desapercibida entre el bullicio de los pasillos. Su mochila colgaba de un solo hombro, y en sus manos, un cuaderno que había decorado con pegatinas y frases que solo ella entendía.
Entonces, apareció ella.
Jenna Ortega. No como la estrella que todo el mundo veía en la televisión, sino como una chica normal, con el cabello suelto y una mirada que parecía cargar con más preguntas que respuestas. Vanessa la vio desde lejos, percibiendo algo diferente, algo real.
Cuando la profesora anunció que Jenna debía sentarse justo a su lado, Vanessa sintió un torbellino de emociones: nervios, curiosidad, un extraño miedo a lo desconocido.
En esa clase, sin intercambiar muchas palabras, Vanessa notó que Jenna escribía frases en los márgenes de su cuaderno -pequeños destellos de su mundo interno- y, con un gesto tímido, le deslizó una nota con una frase que parecía un puente hacia ella:
> "No vine aquí para hacer amigos. Pero si tú eres la excepción, no te vayas."
Desde ese momento, algo cambió para ambas. Vanessa descubrió que Jenna no era solo una actriz famosa; era una persona con inseguridades, sueños rotos y ganas de volver a sentirse verdadera. Y Jenna, por primera vez en mucho tiempo, encontró en Vanessa un refugio donde podía ser ella misma sin máscaras.
Lo que comenzó como un encuentro casual en una clase cualquiera se convirtió en el inicio de una historia que las desafiaría, las haría crecer y las uniría para siempre.