¿Qué habría pasado si Jeff no hubiera entrado a mi habitación esa noche?
Tal vez, mis padres seguirían vivos.
Tal vez, yo seguiría siendo una chica normal.
Pero el destino tenía otros planes.
Un crujido en la ventana me sacó de mi letargo. Me giré lentamente, y entonces lo vi: una figura alta, delgada, de pie en el marco, con una sonrisa tan torcida que parecía tallada a cuchillo.
-¡AH! ¿¡QUIÉN ERES Y QUÉ CARAJO HACES EN MI HABITACIÓN?! -grité con el corazón a punto de salirse del pecho.
Él no se inmutó. Dio un paso dentro, como si esta fuera su casa, como si yo no fuera más que una molestia pasajera. Sus ojos, abiertos y vacíos, se clavaron en los míos.
-Ey, chica... cálmate -murmuró con una voz grave, casi burlona-. A ti no te voy a matar... solo vengo por tus padres.
Mi sangre se heló.
-¡NO! ¡Por favor! ¡Haz lo que quieras conmigo, pero a mi familia no les hagas daño!
No sé por qué lo dije. Fue un impulso. Tal vez el miedo. Tal vez fue la esperanza estúpida de poder cambiar lo inevitable.
Él me miró con algo que no supe identificar en ese momento. ¿Curiosidad? ¿Duda? ¿Diversión?
Fue la primera vez que lo vi.
Su rostro... su piel pálida como la luna, esas ojeras oscuras que rodeaban unos ojos sin vida, y su sonrisa... esa maldita sonrisa.
Era macabra, inhumana, como la de un muñeco roto.
Y sin embargo, había algo en él que me dejó sin aliento. Tal vez fue su cabello negro, desordenado. Tal vez la forma en que el peligro parecía abrazarlo como un perfume.
Tenebroso... pero jodidamente atractivo.
Esa noche cambió todo.
Aunque... Esa silueta me parecía muy similar.
Saga: Corazones mortales.
(Jeff the killer)