El lado salvaje del deseo

Virgen por fuera, volcán en erupción por dentro. Esa era yo, la chica de la sonrisa discreta que guardaba en su mente los escenarios más salvajes y los deseos más oscuros. No uno, ni dos, sino una constelación de amantes era lo que mi cuerpo, aún inexplorado, reclamaba. Me obsesionaba la idea de conocer manos diferentes, besos distintos, la forma única en que cada hombre podría desatar una faceta nueva de mi propio placer. Era un anhelo casi depravado, un impulso que chocaba brutalmente con la imagen de pureza que me habían inculcado. Me imaginaba las noches, no con el romanticismo de un solo amor, sino con la euforia de la variedad, de la entrega múltiple, de la transgresión constante. Mis sueños eran un crisol de pieles, susurros y gemidos ajenos. La virginidad era solo una etiqueta temporal, una barrera a punto de ceder ante la presión de un apetito voraz y polifacético que ya no podía contener. La noche de mi liberación se acercaba.