Para los más jóvenes, Olympo era una leyenda. Un club, una marca, una promesa. Entrar allí significaba tocar una puerta que casi nadie lograba abrir.
Un lugar sagrado donde nacen los campeones. Donde no se entrena... se sobrevive.
Y ellos lo sabían: Amaia, Cristian, Nuria, Roque, Zoe... Todos sentían esa presión en los pasillos, ese susurro constante que advertía:
Olympo está de vuelta.
Y esta vez, regresó con más fuerza.
La primera en volver fue ella.
Estela Salazar, la leyenda silenciosa. Medallista, prodigio, ícono. La que lo dejó todo en la pista de hielo cuando aún tenía mucho por dar.
Ahora volvía al CAR, no como atleta, sino como ojeadora de Olympo. Cambió el podio por la estrategia. El hielo por la intuición.
Pero esta vez, no venía sola.
Junto a ella, llegaban nuevos miembros de Olympo.
El más mediático: Iker Delallave. Brillante, inalcanzable. El tipo de chico que te hace dudar de todo lo que crees saber.
Y entonces apareció ella.
BIANCA SALAZAR.
No necesitó presentación.
La campeona nacional de equitación.
La bailarina prodigio.
La estrella indiscutible del hielo.
Bianca no llegó al CAR por su madre. Llegó porque era la mejor.
Tenía medallas, tenía talento... pero lo que más tenía era algo que el CAR reconocía a kilómetros: hambre de gloria.
Donde pisaba, brillaba. Y donde brillaba, todos la miraban.
Era elegante. Serena. Precisa.
Un peligro silencioso para quienes subestimaban su belleza y su porte de "niña perfecta".
No lo sabían, pero estaban frente a una tormenta con forma de bailarina.
Tras que un adolescente normal sea asesinado por causa de un error del imperio multiversar deciden enviarlo al mundo de DxD, como un inmortal desde el año 5000 A.C.