18 parts Ongoing Las luces del debate presidencial caían sobre ellos como cuchillas. Eduardo del Castillo hablaba con firmeza, cada palabra afilada como un bisturí. Andrónico Rodríguez lo escuchaba con los brazos cruzados, el ceño fruncido... pero los ojos, los ojos decían otra cosa.
Eran rivales. Por ideología, por estrategia, por destino.
Y sin embargo, mientras Eduardo terminaba su intervención, Andrónico tomó el micrófono, se acercó medio paso -solo uno- y dijo:
-Eres tan guapo e inteligente, Eduardo... que a veces olvido que estamos en bandos contrarios.
Un murmullo recorrió la sala. Eduardo se quedó inmóvil. Ni una palabra. Ni una sonrisa. Solo esa mirada clavada en él, que lo desnudaba todo.
-No confundas al público, Rodríguez -respondió finalmente, sin dejar de mirarlo-. Tus declaraciones no tienen nada que ver con política.
-Exacto -replicó Andrónico-. Tienen que ver contigo.
Silencio.
Eduardo apretó los labios, contuvo una respuesta que no era política, que no era estrategia. Que era solo corazón.
Y sin mirarlo más, dijo en voz baja:
-Después del debate.
Y ese "después" fue más promesa que amenaza.