Hanz es un agente enviado a una isla perdida, con una misión absurda: encontrar y retener a un sujeto llamado Halz. No hay contexto, no hay contacto con sus superiores, no hay guerra oficialmente declarada... y sin embargo, todo arde. En un continente olvidado por los altos mandos, donde un ejército de millones ha sido abandonado por simple negligencia administrativa, la guerra no existe pero el caos es absoluto. Levas sin misión, moles sin propósito, desertores con granadas nucleares, y traficantes de drogas y almas conviven en un paisaje hostil donde las normas se deshicieron hace tiempo. A medida que avanza, Hanz enfrenta traiciones, peleas cuerpo a cuerpo con enemigos desquiciados, infiltrados con humo negro saliendo del rostro y comandos del I-6 que no son lo que parecen. Su cuerpo se destroza, se cura como puede con placas volcánicas que se le pegan al torso, y sigue caminando. El cansancio no es una metáfora: es un enemigo más. Pero lo más inquietante no es la violencia. Es el hecho de que todo este infierno no fue causado por una revolución, ni por una catástrofe, ni por una invasión. Fue causado por olvido por una orden que nunca llegó. Por un archivo incompleto que dejó a millones de soldados atrapados en una operación sin guerra. Mientras el Dogma de la Nueva Vida de los zaldgreelístas se expande y las facciones religiosas se pudren en sus trincheras metafísicas, Hanz deambula en busca de un propósito entre ruinas, napalm, humor negro, fiesta tropical militar y teología demente. La Zona no tiene fin. Y lo más aterrador es que ya nadie lo recuerda, aunque tampoco les importe.