Bucky Barnes había aprendido a vivir con el peso del pasado. No como una cicatriz, sino como una segunda piel. Una sombra permanente que lo seguía incluso cuando el sol brillaba. Había sido un soldado. Luego una máquina. Un arma moldeada por las manos equivocadas. Roto, fragmentado, reconstruido a golpes de memoria, redención y culpa.
Silencioso, calculador. Siempre en guardia, como si el mundo pudiera derrumbarse en cualquier momento... y él tuviera que enfrentarlo solo.
Hasta que ella llegó.