Nomi, es una belleza tan peligrosa como silenciosa. Ojos oscuros que parecen saber demasiado, con una mirada afilada que corta antes de hablar. Su piel, suave y clara, contrasta con la fiereza que arrastra por dentro. No es alta, pero su presencia llena el espacio. El pelo, desordenado y rebelde como ella. Se mueve con el sigilo de un depredador, y su voz, suave y baja, no grita... pero amenaza. No es víctima. No lo fue nunca. Es caos vestido de calma, una bomba con tacones y heridas que aprendió a esconder como armas.
Y ahora, harta de ser el trofeo, se ha convertido en el cazador.
Pablo, no era un hombre. Era un monstruo bien vestido. Traje impecable, voz grave y serena que podía helarte la sangre o hacerte temblar de deseo. Pablo no gritaba, no necesitaba hacerlo. Su mirada lo decía todo: o te arrodillabas... o te rompía. Alto, con espalda ancha y el cuerpo marcado de quien ha vivido guerras sin nombre. Su mandíbula siempre tensa, como si estuviera a punto de explotar. El tipo de hombre que entra en una habitación y el silencio lo sigue. Con un pasado que nadie osa mencionar y una violencia que guarda como un arte. Controlador, manipulador, brutal. Pero también inteligente, estratega y capaz de cualquier cosa si se siente traicionado.
No ama. Posee. Y lo que es suyo, es suyo hasta el final.