Las luces del debate presidencial caían sobre ellos como cuchillas. Eduardo del Castillo hablaba con firmeza, cada palabra afilada como un bisturí. Andrónico Rodríguez lo escuchaba con los brazos cruzados, el ceño fruncido... pero los ojos, los ojos decían otra cosa.
Eran rivales. Por ideología, por estrategia, por destino.
Y sin embargo, mientras Eduardo terminaba su intervención, Andrónico tomó el micrófono, se acercó medio paso -solo uno- y dijo:
-Eres tan guapo e inteligente, Eduardo... que a veces olvido que estamos en bandos contrarios.
Un murmullo recorrió la sala. Eduardo se quedó inmóvil. Ni una palabra. Ni una sonrisa. Solo esa mirada clavada en él, que lo desnudaba todo.
-No confundas al público, Rodríguez -respondió finalmente, sin dejar de mirarlo-. Tus declaraciones no tienen nada que ver con política.
-Exacto -replicó Andrónico-. Tienen que ver contigo.
Silencio.
Eduardo apretó los labios, contuvo una respuesta que no era política, que no era estrategia. Que era solo corazón.
Y sin mirarlo más, dijo en voz baja:
-Después del debate.
Y ese "después" fue más promesa que amenaza.
Margot Fontaine tenía una carrera brillante como pianista en la elegante Londres. Un futuro armonioso junto a su perfecto prometido. Una vida construida entre lujos, conciertos y sonrisas fingidas.
A ojos del mundo, lo tenía todo.
Todo lo que -según ellos- una mujer debía desear.
Pero Margot vivía en un mundo de hombres. Uno donde el poder se heredaba por sangre... siempre y cuando esa sangre no corriera por venas femeninas.
Aunque era la única hija del líder de la organización criminal más temida de Francia, su destino estaba sellado: obedecer, callar y sonreír.
Y lo hacía. Hasta que lo conoció a él.
No era solo el socio de su novio. Era el caos hecho carne.
Un hombre envuelto en sombras, ambiciones peligrosas y una libertad que olía a pecado.
Todo lo que Margot deseaba. Todo lo que se suponía debía temer.
¿Y si en lugar de huir de él, lo dejaba entrar? ¿Qué ocurriría si ese amante prohibido se convirtiera en su aliado? ¿Si juntos intentaran derribar al mismísimo rey... su padre?
Hay cadenas que se heredan. Cadenas invisibles que oprimen, marcan y deforman. Pero no todas están hechas para ser arrastradas.
¿Será Margot capaz de romper las suyas... o terminará encadenada a una vida que no eligió, solo para no despertar al caos que amenaza con devorarla?