Draco estaba obsesionado con ella. Samantha Bell, la mejor amiga de Pansy y, para él, la chica más hermosa de todo Hogwarts. Lo que nadie sabía -ni siquiera ella- era que su fijación no había surgido de la nada. Todo había comenzado el año pasado, en cuarto año, durante una noche cualquiera en la sala común de Slytherin. Había poca luz, música baja y un grupo de estudiantes aburridos que, por pura diversión, decidieron jugar a la botella.
Fue ahí, por un simple giro del destino -aunque Draco siempre sospechó que Blaise o Pansy intervinieron- que le tocó besarla. Samantha Bell. El beso fue corto, torpe, con risas y gritos de fondo, pero para Draco... fue el principio del fin. Ella se alejó riéndose, como si nada hubiese pasado, como si no acabara de volarle la cabeza. Él, en cambio, quedó atrapado. Desde ese momento, no pudo dejar de pensar en ella.
Ahora, ya en quinto año, su obsesión solo había crecido. Intentó convencerse de que era solo una atracción pasajera, algo que se le pasaría. Pero no pasó. Al contrario: cada vez que la veía, sentía que la necesitaba más. Era como una maldición silenciosa. No podía hablarle sin ponerse a la defensiva, no podía mirarla sin que se le notara el temblor en las manos. Así que, cobarde y orgulloso, hizo lo único que se le ocurrió.
Empezó a dejarle flores, siempre frescas, sin ninguna nota, pero cuidadosamente elegidas. Tulipanes, lirios, incluso rosas blancas. Le escribía cartas con su caligrafía prolija pero sin firmar, palabras medidas que decían mucho y a la vez nada. Y de vez en cuando, algún regalo pequeño: una bufanda en los días fríos, una caja de chocolates, un libro que ella había mencionado sin saber que él estaba escuchando. Todo dejado en silencio. Todo con la esperanza de que ella algún día lo descubriera... y no lo odiara por ello.
Lo suyo empezó como amistad. Pero cuando el corazón late más fuerte, el silencio nunca es suficiente. Entre grabaciones, risas, dudas y distancias, Jenna y Emma descubrirán que amar no siempre significa quedarse o tal vez sí.