Hasta que el Otoño nos separe

En Frigiliana, los veranos se viven como si fueran eternos.

Las calles empedradas, las plazas escondidas y las vistas al Mediterráneo son el telón de fondo de un grupo de amigos que se reúne cada año como si nada cambiara. Júlia organiza las escapadas, Marc pone la música, Gina y Eloi discuten como si no se quisieran, aunque todos saben que sí. Y Héctor... el es otra historia. Frío, reservado, protector de lo suyo. El que no habla si no hace falta, el que no se deja conocer, el que no se enamora. Al menos, eso dicen.

Todo estaba en calma, hasta que llegó Alana.

Venía de Valencia, con una sonrisa tranquila y una forma de estar que parecía desentonar. Quería ser maestra de párvulos, hablaba con dulzura, y tenía esa costumbre de querer sumar sin imponerse. El grupo la recibió con curiosidad. Héctor, con distancia. Ella intentó integrarse, sin forzar nada, pero sin rendirse tampoco. Y poco a poco, entre fiestas patronales, tardes en la montaña y silencios compartidos, algo empezó a cambiar.

Porque hay veranos que no prometen nada, pero terminan dejando huellas.
Y hay personas que llegan sin hacer ruido, pero se quedan para siempre... incluso cuando se van.