Piedras Negras nunca volvió a ser la misma.
La calma de sus calles se perdió en cuanto los Zetas pusieron la mira en el territorio. La ciudad, antes ruidosa por el bullicio de los mercados y las carcajadas en las cantinas, comenzó a callar. Las noches se llenaron de silencios pesados, rotos únicamente por balazos en la distancia o gritos que se apagaban entre el eco de las paredes. Nadie estaba a salvo. Nadie estaba fuera de su alcance.
La gente sabía que no era un cartel cualquiera. Su crueldad no tenía límites, y su forma de matar era tan desalmada que hasta los más valientes evitaban pronunciar su nombre. Los Zetas no pedían permiso; arrancaban lo que querían con sangre, con fuego, con miedo.
Y entre ellos... Cano.
Un hombre temido incluso por los suyos. Frío, calculador, listo para arrancar ojos con sus propias manos si era necesario. Un asesino que no conocía el arrepentimiento, un líder que no necesitaba levantar la voz para que todos obedecieran. Cano era la sombra que acechaba detrás de cada ejecución, el fantasma que se sentía en cada esquina.
Pero hasta la bestia más salvaje puede encontrar una debilidad.
La suya tenía nombre.
Valeria.
Una güerita que nunca debió cruzarse en su camino. Una muchacha que ni siquiera imaginaba el peso de su mirada, ni la obsesión que despertaba en él. Cano podía destrozar hombres con solo una orden, pero esa mujer lo mantenía despierto por las noches, encendía una furia distinta en su interior... una que no se apagaba con sangre, sino con deseo.
Y en un mundo donde los Zetas dictaban la vida y la muerte, el querer de Cano no era una opción. Era una condena.
Contenido +21, discreción al leer esto, gracias.