El tiempo en Konohagakure no se detuvo, los tres años pasaron como el murmullo constante del viento entre los árboles...trayendo consigo cambios silenciosos, cicatrices que cerraron y nuevas marcas que aparecieron.
Uzumaki Naruto había partido con Jiraiya en busca de fuerza, arrastrando con él la esperanza de traer de vuelta a su hermano del alma. Uzumaki Megumi, en cambio, permaneció en Konoha, bajo la estricta vigilancia, luchando contra las sombras que pretendían arrojarse sobre ella. Separados por la distancia, pero unidos por la misma promesa, los hermanos nunca dejaron de pensar el uno en el otro.
En esos años, Konohakure se mantuvo en movimiento, los jóvenes genin maduraron, el recuerdo del Rescate de Uchiha Sasuke permaneció como una herida latente, y cada cual encontró su propio camino para crecer más fuerte pero ahora, el reloj del destino vuelve a girar.
Los Gemelos Uzumaki se volverían a encontrar... pero no como aquellos niños que solían reír juntos bajo el sol de Konoha, sino como guerreros formados por la pérdida, la disciplina y la esperanza... listos para nuevas batallas.
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A los cuatro años, todos los niños empezaban a despertar sus koseis. Todos con maravillosas particularidades con las que dejar impresionados a sus compañeros. Pero, para Shiro Kaguya era un poco diferente. Si, había despertado su kosei; pero enseñarlo no era una opción en absoluto.
Shiro había heredado el kosei de su padre, y estaba orgullosa de ello y de su habilidad en si; pero a la gente no parecía agradarle en lo más mínimo. De hecho, algunos decían que era repugnante. Por esa razón, y el acoso constante que ella y su padre sufrían; ambos se mudaron al templo de la familia. Shiro dejó de asistir a clases y comenzó a estudiar en casa, donde su padre le enseñaba todo lo necesario a la par que le instruía artes marciales para que Shiro cumpliera su sueño. Ser una heroína.
Aunque, incluso su padre tenía sus dudas a veces. Su kosei, apodado como "Shikotsumyaku" (Pulso de Huesos Muertos) por él mismo, era peligroso. Entre lo atemorizante que se veía, y lo sumamente peligroso que era, cualquiera diría que eran villanos en vez de héroes. Y eso le preocupaba. Quería que su pequeña cumpliera su propósito en la vida, pero sabía que no iba a ser un camino fácil.
Y ciertamente, su padre no se equivocaba. Shiro estaba sufriendo, casi a diario desde sus cuatro años por culpa de aquello.
[EN EDICIÓN]