-𝐍𝐨 𝐝𝐞𝐛𝐞𝐫𝐢𝐚𝐬 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐢𝐚𝐫 𝐞𝐧 𝐦𝐢.
-𝐍𝐨 𝐥𝐨 𝐡𝐚𝐠𝐨... 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨 𝐝𝐞𝐣𝐨 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫𝐥𝐨.
-𝐄𝐬𝐞 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐞𝐫𝐫𝐨𝐫, 𝐆𝐮𝐭𝐬.
-𝐎 𝐭𝐮 𝐣𝐚𝐪𝐮𝐞, 𝐆𝐫𝐢𝐟𝐟𝐢𝐭𝐡.
El salón resplandecía bajo la luz de los candelabros, nobleza y caballeros reunidos en perfecta formación para celebrar la ceremonia. Griffith avanzaba con su armadura reluciente, impecable y confiado, cada paso medido como el movimiento de un alfil en el tablero. Los murmullos reverberaban a su alrededor, elogios y promesas susurradas entre los presentes.
Pero, en medio de esa algarabía, una ausencia pesaba más que cualquier aplauso. No había señal de Guts.
Griffith clavó la mirada en la puerta. Su rostro no cambió, pero sus ojos se agitaron, como buscando una sombra que se negaba a aparecer. ¿Dónde estaba su pieza más importante?
Afueras del salón, Guts empuñaba su espada, golpeando el aire con furia contenida. No le interesaban los sueños de reyes ni coronas. ¿Rey? ¿Qué valor tenían esas promesas para alguien que sólo entendía el filo de una espada y la verdad en una batalla?
Sin embargo, la rabia que sentía no era solo por los nobles que rodeaban a Griffith. Era por no poder estar cerca de él, por la tensión que les separaba. Por ese sueño que parecía crecer más grande que su amistad, más poderoso que su lealtad.
Griffith era su amigo, y sin embargo, también su jaque.
Y Guts estaba decidido a forzar la jugada.
En el ajedrez de Griffith, Guts nunca aceptó ser solo una pieza.
Pero en el tablero de Griffith... quizá siempre lo fue.
Dylan Kravits es el asistente perfecto: organizado, eficiente, sarcástico... y a un paso de perder la cordura gracias a Aily Vila, la novia caprichosa del CEO.
Entre berrinches, "ataques de ansiedad" por mosquitos y órdenes absurdas, Dylan está cansado de ser el adulto responsable que mantiene en pie la empresa mientras Alessandro Stern -su jefe, su amigo, su dolor de cabeza- corre detrás de la princesa de rosa.
Hasta que un día Aily le suelta la frase que cambia todo:
"El puede vivir sin ti."
Perfecto.
Dylan desaparece una semana.
Y Alessandro... colapsa.
Entre cámaras de seguridad, crisis existenciales, un Alessandro irracionalmente desesperado y una novia tóxica oliendo a celos, Dylan vuelve dispuesto a renunciar. Lo que no esperaba era que Alessandro reaccionara como si estuviera perdiendo algo más que a su asistente.
Y así, por un comentario, una broma, y mucho caos...
Dylan termina jugando a ser gay para probar un punto.
Lo que nadie vio venir fue que el CEO se lo tomara demasiado en serio.