𝔗𝔯𝔢𝔰 𝔪𝔢𝔰𝔰𝔢𝔰 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔢𝔫𝔞𝔪𝔬𝔯𝔞𝔯𝔪𝔢 |Tom Kaulitz|

Siempre pensé que el tiempo podía curarlo todo.
Tres años deberían haber sido suficientes para borrar un flechazo infantil, ¿no? Para convencerme de que Tom Kaulitz no era más que un recuerdo bonito de mi niñez en Berlín. Un cariño tonto, inocente, que debía quedar enterrado cuando empaqué mis maletas rumbo a Nueva York.

Pero el corazón nunca coopera.
Y el mío siempre fue un desastre.

La niña que corría detrás de Bill y se sonrojaba cuando Tom la miraba- parecía querer despertarse después de años dormida.

Quería creer que había cambiado, que Nueva York me había hecho fuerte, segura, madura. Pero justo al cruzar la salida y ver a Bill correr hacia mí con esos ojos llenos de luz, supe que seguía siendo la misma chica que él había dejado en aquel andén: alguien que necesitaba su abrazo para sentirse en casa.

Pero entonces mis ojos lo encontraron.
A él.

Tom estaba apoyado contra una columna, más alto, más serio, con ahora unas trenzas pegadas al cuero cabelludo esa expresión que nunca pude descifrar del todo. Había crecido... no solo en edad. En presencia. En algo que hacía que mi corazón se encogiera sin permiso.

Y en ese instante entendí una verdad dolorosa:

No lo había superado.
No por completo.
Quizá nunca lo hice.

Porque cuando Tom Kaulitz levantó la mirada y la clavó en mí, sentí cómo el mundo se detenía. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si la niña que fui... nunca hubiera dejado de esperarlo.

No debería sentir esto, me repetí. Yo tengo 16. Él 19. Él es el hermano de mi mejor amigo. Él es... él.

Ese día entendí que volver a Berlín no era solo volver a casa.

Era abrir una historia que nunca terminó de escribirse.
Una que quizá nunca tuve el valor de empezar.

Y este verano...
Este verano iba a ponerlo todo a prueba.