Selene no era luz ni oscuridad.
Era algo entre ambas, un resplandor venenoso que atraía y corroía a la vez. Tenía la paciencia de un depredador, el ingenio de alguien que siempre iba un paso por delante y esa mirada que te hacía sentir observado, incluso cuando no la tenías encima.
Tyler no lo entendió al principio. Creyó que era solo una chica diferente, divertida de descifrar. No vio -o no quiso ver- que cada palabra suya estaba calculada, que cada sonrisa ocultaba un filo. Lo supo demasiado tarde, cuando ya estaba atrapado en ese juego sin reglas claras donde él siempre perseguía y ella siempre guiaba.
Entre ellos, la conversación nunca era inocente. Cada palabra era una jugada. Cada mirada, una invitación a seguir el juego.
Y aunque ninguno lo admitiría, ambos disfrutaban más de lo que deberían cada vez que el otro entraba en la partida.
Lo que Tyler aún no sabía... era que, con Selene, incluso cuando crees que has ganado, en realidad estás perdiendo.
Porque había algo en ella que no se podía ignorar: esa sensación de que, en cualquier momento, podía apagar la luz... y dejarte a oscuras con una sonrisa.