Max Verstappen cometió el peor error que un alfa puede cometer: subestimar a su omega.
Estaba convencido de que Sergio siempre sería suyo. Que podía divertirse "una última vez" antes de comprometerse, y que el mexicano no tendría otra opción que volver. Porque sin un alfa oficial, ningún omega podría sobrevivir en la F1.
Después de todo, ¿quién podría resistir la presión social, los rumores de un compromiso roto y las miradas que insinuaban que solo había usado a su pareja para asegurar su contrato con McLaren? Max estaba seguro de que, tras el parón de verano, Checo regresaría a sus brazos... necesitado, vulnerable, suplicando su protección.
Pero se equivocó.
En el GP de Países Bajos, no lo esperaba un perdón. Lo esperaba un espectáculo: J.B. Mauney, prodigio del rodeo, alfa dominante certificado, estrella ascendente del PBR... y nuevo compañero de vida de Sergio. Una presencia tan segura que incluso los alfas más confiados se tensaban a su paso.
Mientras Max esperaba ver a Checo derrumbarse, James se convirtió en todo lo que él nunca fue: leal, protector... devoto. El mismo que lo encontró perdido, lo sostuvo cuando el pánico lo ahogaba y calmó un celo adelantado con la paciencia de quien sabe domar un toro salvaje. El mismo que puso su nombre en el registro antes de que el otro pudiera siquiera reaccionar.
Ocho segundos bastaron para que J.B. se ganara el corazón del omega.
Ocho segundos para que Max entendiera que no siempre es el más rápido... y que hay títulos que, una vez perdidos, no se recuperan.
_¿mi carrera más rápida? _max dudo_ de el paddock a mi casa... Nunca sentí tanta adrenalina como cuando mi hijo enfermo y tuve que ir al pediatra, nunca viste un auto familiar ir a más de 200 k/h _rio mientras limpiaba el sudor de su frente_ Ese soy yo Max Verstappen un padre...
_¿Soltero? _el entrevistador sonrio_
_No ya no, ahora estoy casado _mostro un anillo a la cámara_ el amor vino por mi y mi hijo desde México