Mi bolero más prohibido __ (Nuthong)
México, siglo XX. 
Mi querido Hong,  
Esta noche, mientras la luna se esconde como testigo cobarde, tomo la pluma con manos que tiemblan no de miedo, sino del fuego que me consume al pensar en ti. Escribo estas palabras sabiendo que jamás podré hablarlas, que el mundo las llamaría pecado... pero ¿cómo callar un sentimiento que nace del centro mismo de mi ser?  
Te amo, Hong.
Tres palabras tan simples, y sin embargo, más pesadas que el mármol de todo el Zócalo juntos. Te amo con un amor que no entiende de horas ni de razones; que brota como el agua del manantial más puro, aunque el mundo entero quiera secarlo. Cada latido de mi corazón grita tu nombre en silencio, cada respiro lleva el eco de tu risa, ese sonido que para mí es más dulce que las mañanitas entonadas al alba.  
Nuestro amor vive entre sombras, como un jazmín que florece en la medianoche. Sé que en este México de miradas torvas y prejuicios arraigados, lo nuestro es un crimen. Que por querer estrecharte entre mis brazos, por anhelar rozar tus labios a la luz del día, podrían arrancarme la vida... y aún así, Hong, te juro que cruzaría el filo de esa navaja con los ojos cerrados. ¿Qué vale la vida si he de vivirla como un extraño de mi propio corazón? Prefiero mil muertes a fingir que no llevo tu imagen grabada en cada fibra de mi alma. 
Somos dos almas perdidas en un siglo equivocado. Como Pedro Infante canta a los amores truncos, así canto yo a este nuestro: imposible, prohibido, y sin embargo, más verdadero que la tierra que piso. No necesitamos bendiciones de nadie. Nuestro santuario es el rincón donde tus dedos encuentran los míos; nuestro himno, el suspiro que compartimos cuando nadie nos observa.  
Hasta que mis fuerzas se apaguen, hasta que el último aliento huya de mis pulmones, seré tuyo. En esta vida o en cualquier otra que exista después. Guarda esta carta cerca del pecho, como yo guardo tu recuerdo. 
Con el alma en llamas y eternamente tuyo.