El Coporo no es un lugar para cualquiera. Ahí la ley no está escrita, pero todos la saben: el que se confía, pierde. Entre calles grafiteadas, perros que ladran más fuerte que las patrullas y banquetas rotas que han visto más historias que cualquier libro, creció Jungkook. El morro malandro que aprendió desde chamaco a ganarse el respeto a chingadazos y risas. No necesitaba más que la calle para sentirse vivo.
Del otro lado estaba Yoongi. Hijo de familia rica, de esos que tienen chofer desde que aprenden a caminar y que nunca han sentido lo que es correr por miedo. Su mundo era perfecto: relojes caros, trajes elegantes y un futuro acomodado. Pero a pesar de todo, su vida olía a jaula dorada.
El destino los juntó en una noche cualquiera, cuando Yoongi se aventó un reto pendejo: entrar al barrio más peligroso de Toluca en su carro de lujo, creyendo que nada pasaría. Pero en el coporo, los coches brillantes no duran ni cinco minutos... y fue ahí donde lo vio.
Jungkook. El morro de mirada desafiante, sonrisa torcida y voz que sonaba a puro barrio.
Yoongi. El niño de cuna de oro que, en lugar de huir, sostuvo la mirada.
Ese choque de mundos encendió una chispa que ni el barrio ni el dinero iban a poder apagar. Porque a veces el amor se esconde en los lugares menos pensados, y entre la banqueta rota y el asiento de un carro último modelo, nació una historia que nadie creería posible.
Un fresa y un malandro.
Dos mundos distintos.
Un mismo corazón ardiendo.