Los extraños hermanos no pudieron apartar la vista de aquella chica que, al chocar con ellos, les regaló una sonrisa inocente. Los siete quedaron atrapados en la profundidad de sus ojos: un abismo sereno, tan hermoso como letal, que los llamaba a rendirse sin remedio. Había dulzura en esa mirada... pero también un secreto capaz de devorarlos.
-¡Oh! Lo siento mucho -murmuró Venus, sonriendo con torpe vergüenza, sin imaginar que su disculpa había sellado un destino imposible de deshacer.
Ya no había regreso. No era que ellos la hubieran encontrado, sino que ella los había invocado sin saberlo. Y, desde ese instante, comprendieron que perderla sería más insoportable que condenarse por completo. Porque aunque la atracción era luminosa como un primer amor, también ardía como una obsesión peligrosa que ninguno estaba dispuesto a soltar.