El Demonio Que Se Enamoro De Una Humana

Lucifer siempre había visto a los humanos como meros pasatiempos. Eran criaturas fugaces, llenas de vicios y deseos que él podía manipular con facilidad. Su existencia en el mundo mortal era una rutina monótona: susurrar tentaciones, presenciar la caída y regresar a la sombra, listo para la próxima alma. Pero todo cambió el día que la vio.

Se llamaba Abi. No era una belleza deslumbrante que atrajera todas las miradas, ni una mujer extrovertida que riera a carcajadas. Abi era una mujer de silencios. Se sentaba en su jardín, rodeada de libros y lienzos. Su cabello castaño caía sobre sus hombros mientras leía, y sus dedos, manchados de pintura, creaban mundos de color en el lienzo en blanco.

Lucifer, intrigado, comenzó a observarla. Al principio, era solo una curiosidad, una variación en su tediosa rutina. Esperaba el momento en que su soledad o su quietud se convirtieran en un punto débil que pudiera explotar. Pero Abi no cedía. En lugar de eso, encontraba paz en sus propios mundos, aquellos que creaba con sus palabras y su arte. Lucifer la vio pintar un atardecer que parecía arder con una vida que él, un ser de las sombras, nunca había experimentado. La vio perderse en la lectura, con una expresión de profunda concentración que le hizo preguntarse qué historia la tenía tan cautivada.

El demonio, acostumbrado a los gritos y la avaricia, se encontró hipnotizado por la quietud de Abi. No había un solo vicio en ella que él pudiera explotar. Su corazón, en lugar de estar lleno de oscuridad, estaba lleno de un silencio sereno y un amor por la belleza. Por primera vez en eones, Lucifer sintió algo nuevo: no era el hambre de una presa, sino una extraña y dolorosa punzada en el pecho que se asemejaba al deseo. Quería entenderla. Quería saber qué la hacía tan diferente.