-¿Será cierto, querido Kim? -indagó el de cabellos azabache, mostrando un interés palpable.
-¿Qué crees tú? Yo creo que tienes la respuesta correcta para tu propia pregunta, ¿o me equivoco? -respondió desafiando al de cabellos oscuros.
La noche estrellada, evocando la pintura de Vincent van Gogh, iluminaba aquella senda por donde los dos jóvenes caminaban sin prisa, uno con porte recio y el otro con un aire inofensivo. Ambos avanzaban en dirección hacia la "Libertad".
No pasó mucho tiempo cuando, a lo lejos, se vislumbró la pequeña granja del viejo amigo de Kim. Sintieron un alivio insensato y sonrieron. El primero en hacerlo fue Kim.
-¿Ves, pedazo de imbecilidad? La granja aún existe -dijo mostrando una sonrisa inusual.
El otro lo miró levemente con el ceño fruncido, pero mantuvo una sonrisa.
-Veo que no estás tan demente como imaginé -dijo divertido.
-Oye -masculló, empujando el brazo del de cabellos oscuros.
-Respétame. Aún no estamos en un tipo de relación para que me trates a tu antojo -dijo con sarcasmo.
El otro lo observó sin expresión alguna.
-Cállate, chico, y avanza. Estoy muy agobiado con tanto hablar tuyo -respondió, refiriéndose al camino.
-Señor -dijo el mayordomo-, el joven Kim no se encuentra en la habitación y ha dejado una nota sobre el escritorio. Me temo que ha huido -añadió con un leve temblor en su voz.
-Déjalo. Sé que él volverá; conoce el camino a la perfección -contestó con seguridad.