17 parts Ongoing MatureMorena Romero tenía 23 años, vecina de Avellaneda, rolinga de alma: el flequillo recto, el delineado negro y la campera de jean con pines de los Stones. Esa noche, sin embargo, había intentado "prolijearse" un poco para salir con las amigas: pollera negra corta, top blanco ajustado y botas altas que no eran de pogo, sino de boliche cheto de Palermo.
El plan se cayó: las amigas la dejaron plantada y ella, con la bronca encima, terminó caminando sola por San Telmo. Entre bares, callecitas con adoquines y turistas que se reían a los gritos, Morena se metió en un bar chiquito, medio escondido, con luces bajas y olor a fernet derramado.
Pidió una cerveza tirada, sacó el celular y se puso a scrollear, tratando de disimular la soledad.
En la barra, un tipo con gorra baja y campera de cuero la miraba de reojo. Morena lo registró enseguida: esa cara le sonaba demasiado. Cuando él levantó la gorra para pedir otra ronda, lo confirmó: era Patricio Sardelli.
Pero en vez de gritar o pedirle foto, Morena lo miró seria y tiró:
-¿Y vos qué hacés acá, escondido? Si igual se te nota la cara de estrella, ¿eh?
Patricio se rió, medio incómodo. Estaba acostumbrado a que lo rodearan, no a que lo pincharan con ironía. Se sentó más cerca, intrigado.
-¿Y vos qué hacés vestida de cheta en un bar que es puro humo y quilombo? -la chicaneó él.
Morena se largó a reír, con esa risa ronca de tantas noches a los gritos en el pogo.
-Intento de cheta, maestro. Me dejaron plantada... pero el rock me trae siempre de vuelta a los bares.