Él empieza a escribir un libro que no es una novela, sino un manual para evitar el amor. Cada capítulo es una historia real de sus fracasos sentimentales. Mientras lo escribe, una mujer empieza a aparecer en sus noches, desordenando sus reglas.
No sé querer.
No es una confesión, es un dato. Como decir que mido un metro ochenta o que me tiemblan las manos cuando escribo.
Lo descubrí tarde, después de varios intentos fallidos y un par de mujeres que todavía deben estar maldiciendo mi nombre en bares que no piso.
Ahora escribo este manual. No para salvar a nadie, sino para advertirles.
Cada capítulo será una autopsia: yo, el cadáver; ellas, las causas de muerte.
No esperen finales felices. Ni siquiera esperen finales.
La botella sobre la mesa está medio vacía. O medio llena, según el optimista que nunca fui. Afuera llueve, y la lluvia siempre trae fantasmas.
Esta noche, uno de ellos toca la puerta.
No es un fantasma. Es peor:
-Perdón... -dice ella, empapada-. Creo que me equivoqué de piso.
Pero no. No se equivocó.