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El mundo lo señaló con dedos de hierro, lo envolvió en cadenas de críticas y lo arrojó al fuego de la duda. Cada caída parecía condenarlo, cada irregularidad lo marcaba como un desterrado de la gloria.
Y, sin embargo, en medio del estruendo de voces que lo querían ver rendido, brotaron los murmullos más puros: los de sus seres queridos. Ellos fueron faro en la tormenta, raíces en el desierto, alas en su quebranto.

Con dos flores reposando sobre sus hombros, símbolos eternos de amor y esperanza, se alzará para demostrar que el dolor no lo quebró, sino que lo transformó. Ya no es el mismo: ha renacido con la fuerza de un corazón enamorado y con el fuego de una familia que lo sostiene.

El camino será largo, áspero y lleno de sombras. Pero cada espina será maestra, cada paso será fragua, y en esa forja de sacrificio y pasión, su destino se levantará implacable.
Al final del sendero, cuando el mundo levante la mirada, lo verá erigirse como aquello que siempre soñó ser: el mejor jugador del mundo, no solo por su talento, sino por la grandeza de su alma.

La historia de Joao Félix y Jenna Ortega