Dominic Volkov-Ivanov era la pesadilla hecha hombre. Un Zar del inframundo donde confluían la fría brutalidad de la Bratva rusa y la calculadora sed de venganza de la Cosa Nostra. Su nombre era un eco de terror que congelaba la sangre incluso a los más endurecidos. Gobernaba desde las sombras, sus manos manchadas de sangre y petróleo, construyendo un imperio sobre huesos triturados. La maldad era para él un lenguaje natal, un deporte sangriento que practicaba con la elegancia distante de un dios griego condenando mortales.
Hasta que ella cruzó su camino.
Alexa Hassan. Un rayo de sol en su eterna noche. Una estudiante de arte con manos manchadas de pintura, no de sangre. Llevaba el aroma del azahar y la inocencia, un perfume que desarmó sus defensas mejor que cualquier bala. Para Dominic, no fue un encuentro. Fue una revelación, una obsesión instantánea y catastrófica.
La vio reír en una terraza, y algo se quebró dentro de él. El lobo (Volkov) que acechaba en su interior no quiso cazarla; quiso poseerla, encerrar esa luz en la jaula de oro de su mundo corrupto. Su amor no fue un sentimiento, fue un veredicto. Empezó a observarla con la intensidad de un halcón, aprendiendo cada uno de sus gestos, cada hábito, cada pequeño suspiro. Su obsesión era tan vasta y silenciosa como el océano, y Alexa nadaba en la superficie, completamente ajena al monstruo que se alzaba desde las profundidades para reclamarla.
Dominic Volkov-Ivanov, el hombre que lo tenía todo, se había encontrado con la única cosa que no podía comprar: un alma pura. Y estaba dispuesto a destrozarla, a mancharla, a arrastrarla a su oscuridad, con tal de que nunca lo abandonara.
Vivian creía que su vida estaba destinada a la tristeza y el miedo... hasta que los Vatroslav la encontraron. Cuatro hermanos, poderosos, letales y hermosamente imposibles, entran en su mundo, dispuesto a protegerla, poseerla y cambiar su destino para siempre.
Entre secretos de mafia, pasiones prohibidas y un amor que desafía todas las reglas, Vivian descubrirá que el corazón no entiende de límites... y que a veces, el peligro más mortal es también el más irresistible.