Gustosamente recuerdo con indiferencia cuando me asomaba a la ventana para ver caer el agua desparramado por el canalón. Sin embargo cuando me echaron prácticamente de Japón el suave y delicado gusto que sentía se fue desvaneciendo poco a poco. Como cuando ves florecer una flor y al día siguiente la ves pisoteada. Sencillamente eso ya no importaba, pues estaba en la gran Inglaterra, que delicia la de aquella gente para vestir y construir edificios, monumento y realizar otros tipos de cosas, como bien está la comida. Hiyori y yo no nos imaginábamos un mundo tan perfecto más halla de nuestro preciado pueblo, pero solo nos equivocábamos, o a lo mejor era un estúpido y desaliñado mundo que habíamos creado para sobrevivir en la intemperie de una vida sin alma, por así decirlo.