La lluvia golpeaba con furia las ventanas de la casona Müller, un ritmo constante que se sumaba al latido acelerado del corazón de Clara. Hacía solo unos días que había descubierto el viejo espejo en el desván, esa reliquia de madera retorcida y cristal insondable que parecía guardar sus propios secretos. Hoy, el aburrimiento y una curiosidad malsana la habían llevado de vuelta. Se sentó frente a él, sintiendo el frío emanando del cristal incluso a través de la tela de su vestido. La tormenta rugía afuera, pero el verdadero terror comenzó cuando, en lugar de su propio rostro asustado, el espejo le devolvió la imagen de una figura oscura. Sus ojos, pozos vacíos que absorbían la poca luz, la fijaron con una intensidad aterradora. Y entonces, esa otra Clara, la del reflejo, movió lentamente una mano, la misma mano que Clara sentía temblar en su regazo, y la deslizó contra el frío cristal. Un roce apenas perceptible, pero que resonó en el alma de Clara como un grito desgarrador.
[COMPLETADA] Libro II en la Trilogía Almas Perdidas.
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